Aquí una excelente mirada de un futbolista sobre el fútbol y el debate eterno sobre jugar bien o ganar. En esta nota Santiago Solari(el indiecito), demuestra que juega bien, habla mejor y por lo visto escribe de un modo que derrumba mitos y prejuicios.
La función y la forma
Pero este es un enfoque permitido desde el expansivo universo del arte. El fútbol profesional, en cambio, es un territorio acotado. El fútbol no es arte porque ser arte no es su fin ni su esencia. Tampoco lo es ser hermoso. En todo caso, esto puede ser un resultado o una de las consecuencias de otra búsqueda, más compleja y sutil. Por eso sorprende, a estas alturas del partido, encontrar aficionados y protagonistas que se empeñan en avivar el fuego de un viejo debate: ¿se juega para gustar o se juega para ganar?, ¿se debe pensar en el juego o se debe pensar en el resultado?
Cuando nos enroscamos en este tipo de preguntas, partimos de un lugar equivocado al intentar oponer conceptos que no son antagónicos. Es difícil llegar así a respuestas convincentes. No intentaré definir aquí lo que entendemos por estética o si este es un concepto que debe o no debe incluir un propósito funcional. Un tema demasiado amplio y fuera de mi alcance que es todavía motivo de discusiones filosóficas. Lo que sí podemos asegurar es que el fútbol profesional es un juego competitivo, delimitado por un conjunto de reglas, en el que el objetivo es ganar. O, a lo sumo, no perder. A diferencia de lo que sucede en algunas disciplinas artísticas, el fútbol no permite una búsqueda exclusivamente estética. No es posible perseguir la belleza por la belleza en sí ni mirar un partido solo desde un punto de vista estético. La exploración de soluciones es obligadamente funcional. El objetivo y la forma son, entonces, elementos inseparables a la hora de juzgar su belleza.Lo que existe es una búsqueda de la armonía que permita a un equipo lograr sus objetivos y es esa búsqueda la que ofrece múltiples acercamientos, distintas formas de expresión, para intentar llegar al mismo sitio. Por eso carecen de sentido frases tan opuestas como “me gusta el fútbol lindo” o “yo soy resultadista”. Es una frivolidad dar a un partido de fútbol tratamiento de pintura flamenca. No es más que un grito redundante y vacío proclamar como filosofía el simple deseo de ganar en una actividad en la que el objetivo es ganar y todos quieren hacerlo. Podríamos, entonces, centrar el debate en la pregunta siguiente: siendo lo importante conseguir el objetivo, que es ganar respetando el reglamento, ¿se torna irrelevante la forma de conseguirlo? He aquí donde se produce una gran bifurcación ideológica. Por un lado estarían aquellos a los que no les interesa qué medios utiliza su equipo para intentar conseguir el objetivo. Por otro, aquellos a los cuales no les convence una victoria si se llega a ella sin cumplir con ciertos requisitos formales. Pero esta gran división esconde, a su vez, una trampa. Dado que ningún medio garantiza de antemano la obtención del resultado, no es posible desinteresarse por las distintas formas que se pueden utilizar para intentar conseguirlo sin admitir una enorme dolencia: la falta de identidad, algo que solo puede permitirse quien no tiene preferencias ni posee características propias. La construcción de la identidad es un trabajo arduo, sutil y que requiere tiempo. La belleza primera en el fútbol la encontramos precisamente en los equipos que poseen un estilo reconocible. Si ese estilo es más o menos aburrido, más o menos emocionante, más o menos bello, depende de otros muchos factores. Entre ellos se encuentra uno ineludiblemente subjetivo: el ojo del que mira.
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