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Mi nombre es Luis Sellán; profesor en historia y periodista vocacional. Este es un espacio pluralista,independiente y con opinión, De politica,cultura y sociedad, un lugar donde sembrar ciudadanía.Mails y comentarios a luis.betoluis.sellan@gmail.com

domingo, 25 de marzo de 2012

NI FASCISTAS NI VAGOS, NI NAZIS, NI MONTONEROS

Los kirchneristas no son fascistas ni los camporistas montoneros. Los maestros no son vagos ni los periodistas nazis. Y después del fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, la palabra "marxista" ha quedado reducida a una mera expresión testimonial o incluso a una prestigiosa descripción académica. Por eso, salvo esta clasificación teórica tan cool(marxista), blandir cualquiera de los otros términos entraña ciertos riesgos. Algunos enemigos del kirchnerismo suelen ser tremendamente crueles e injustos con los vocablos y las hipérboles. Pero el problema se agrava cuando es la máxima figura institucional del país quien hace uso de esas armas oscuras de la lengua: nazi, antisemita, macarto. Y lo hace con nombre y apellido.
Algunos medios ultraoficialistas recibieron de inmediato la orden de justificar la diatriba presidencial: hubo periodistas y artistas de variedades que se rasgaron entonces las vestiduras y que teatralizaron la idea de que estamos viviendo los prólogos de un nuevo Tercer Reich. El ejército de militantes que acata las directivas bíblicas del atril se lanzó en las redes sociales contra Carlos Pagni y Osvaldo Pepe, los dos periodistas que escribieron sobre La Cámpora y que la Presidenta anatematizó desde su púlpito.
La bola de nieve en Internet y en la radio y la televisión fue tan grande e intensa que ya no se distinguía ni siquiera qué habían dicho uno y otro. No importaba: ambos eran monstruos apocalípticos de la derecha. Un amigo, un ex marxista leninista en serio, que recibía toda esta andanada en Facebook, no aguantó más y escribió: "Estoy francamente impresionado con el abuso de calificativos que observo últimamente. Procesista, antisemita, nazi, cómplice, asesino, dictador. Se disparan palabras fuertes con enorme liviandad, como si el uso de las palabras no tuviera consecuencias. Nos va a pasar un día, no falta mucho, que cuando debamos emplearlas para llamar a las cosas por su nombre, tendremos que inventar otras. Porque éstas, las que antes querían decir algo, estarán vacías. ¿Cómo vamos a llamar entonces a los imbéciles?".
Lo más doloroso y preocupante de esa campaña, sin embargo, fue el hecho de que muy pocos periodistas de la grey oficial -gente que conoce de toda la vida a Pepe o a Pagni- llamaron para solidarizarse con ellos. O aunque sea para explicarles que, a pesar de que no compartían su punto de vista, tampoco convalidaban semejante injuria pública. Vean, yo he perdido hace rato mi fe en la organización del mundo y no tengo en gran concepto a la sociedad argentina, por lo tanto siguen siendo importantes para mí las personas de carne y hueso. Los buenos tipos, la gente que vale la pena, piense como piense y se ubique en la vereda que prefiera. Y se sabe que en las guerras o en los momentos colectivos de enajenación ideológica, se pierde justamente esa distinción. Ese pequeño soplo de dignidad humana. Me pregunto por qué no impulsé una solicitada para que la firmáramos todos y para que quedaran en evidencia los que no lo hacían. Supongo que muchos de nosotros actuamos ya con el síndrome del corresponsal de guerra: el primer día nos escandaliza una tragedia, pero a la semana no nos asombra, y al final ya no nos importa. Hemos perdido la capacidad de sorpresa.
Tampoco hubo declaraciones de intelectuales, cuando son precisamente ellos quienes mejor entienden la gravedad que implica utilizar falsas acusaciones antisemitas y agitar la sombra del nazismo a modo de chicana doméstica. El kirchnerismo inteligente calló por convicción, por frivolidad o por cobardía. No debería hacerlo.
Hay básicamente dos clases de críticos al Gobierno. Están los que quieren que le vaya mal y luego estamos los que queremos que le vaya bien. En este último grupo me enrolo no sólo por razones democráticas y altruistas, sino también por una cuestión concreta: dentro de este avión viajamos todos nosotros y nuestras familias y nuestro destino. La economía kirchnerista, con todas las dificultades por las que atraviesa, tiene como decía el poeta Vicente Aleixandre "una mala salud de hierro". Y uno desea con sinceridad que salga adelante, aunque se permita discutir las formas y los fondos.
La sociedad política y personal entre un administrador pragmático y una dirigente ideológica dio como rasgo central una conjunción exitosa entre gestión y relato. Muerto el administrador, la "ideóloga" toma las riendas prácticas, pero lo hace gobernando desde un espacio reducido y sin escuchar a nadie. El administrador hablaba con muchos legisladores, funcionarios, dirigentes y técnicos cada día. La "ideóloga" se repliega y se encapsula en su propia inteligencia, que la tiene sin duda. Lo paradójico es que delega las tareas principales en una organización jacobina que practica el secretismo, y que considera a cualquier crítico un traidor, a cualquier contemporizador un tibio y a cualquier peronista una pieza de museo. Así es como la gestión se achica y el relato se agiganta. Y todo eso sucede cuando el desgaste del segundo mandato arrecia y cuando el dinero no sobra. Las cosas no están saliendo, y ése sigue siendo el caldo de cultivo de la furia oficial y de las desproporciones del momento. En ese ring, de uno y otro lado, los atacados atacan y los odiados odian. Y el lodo del odio nos quiere envolver a todos.

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