ENTRE EL DOLOR Y LA BRONCA
POR LUIS SELLÁN
“Por que me duele si me quedo, pero me muero si me voy, yo a pesar de todo quiero vivir en vos”. Estos versos de María Elena Walsh representan como pocos el sentimiento contardictorio que nos produce el sentirnos parte de una patria. Y particularmente para nosotros los argentinos la contradicción fundamental de ser o no ser. Yo siento que a la hora de recordar el 2 de abril del 82, este sentimiento se transforma en un enorme dolor.
Por un lado la guerra de Malvinas nos provoca un sentimiento de patriotismo y de justicia por la recuperación de un territorio que nos pertenece por derecho y por historia. La Argentina durante muchos años no solo reivindicó su pertenencia soberana sobre el archipiélago; nos educaron con eso nuestras maestras que nos enseñaban las geografías de las islas Soledad, las Georgia y Sándwich. Sino además hubo logros concretos con respecto a nuestra soberanía, fue durante el gobierno radical de don Arturo Ilia, que se logró un masivo apoyo de las naciones unidas al reconocimiento de nuestros derechos legítimos sobre las islas en manos del imperialismo ingles desde 1833.
Además de este trabajo impecable de la diplomacia argentina, cada vez más había un acercamiento de los habitantes de las islas a nuestro territorio, diría una dependencia, había que seguir quizás con un trabajo de penetración cultural, como nos ha enseñado el mismo imperialismo, y que en algún momento podríamos haber hecho.
Pero la guerra de Malvinas fue lamentablemente un manotazo de ahogado de una dictadura que se moría, una dictadura que días antes había reprimido al pueblo que decía basta, una dictadura que implementó un plan económico perverso y asociado a los intereses del imperialismo, ¿como esa dictadura iba a estar interesada en luchar por la soberanía y la justicia?.
En el breve lapso que duró esta aventura provocada por los desvaríos etílicos de un dictador; que se creyó el mote de general majestuoso con que fue premiado por los generales norteamericanos debido a sus servicios prestados en la guerra sucia; los que no fuimos estuvimos invadidos por un sentimiento de nacionalismo futbolero y de golpe nos transformamos en expertos en táctica militar: -“Los ingleses no pueden llegar técnicamente”-, explicaba algún nuevo versado en la parada del colectivo o en la mesa de un café; mientras en la pantallas de la tele Menotti informaba sobre los 22 elegidos para el mundial de España.
Podríamos decir que Malvinas puede ser vista en tres planos, la de los militares que la utilizaron para su propio provecho, intentando una guerra absurda que rompió años de logros diplomáticos; con algunos políticos que le hicieron la claque para no quedar fuera de foco. Nosotros la sociedad que veíamos una guerra desde los ojos abominables de 60 minutos, con fervor mundialero. Y el plano de los auténticos héroes, los chicos que fueron a la guerra, y la enfrentaron en el marco de una improvisación y precariedad exasperante; y hoy todavía esperan un reconocimiento que merecen; que va más allá del económico de una pensión o una placa puesta el dos de abril; que es ser reconocidos como nuestros veteranos, los que dieron la vida, los únicos de la argentina moderna y es por ellos únicamente que debemos seguir teniendo la llama viva de la memoria sobre lo que pasó en Malvinas.
Algunos eslóganes dicen, volveremos, y si; hemos de volver, pero para ello debemos recuperar nuestro sentimiento de patria aquí mismo, en nuestro lugar, darnos cuenta que debemos construir una patria de ciudadanos libres, con una democracia real, autentica y con solidaridad, y para eso todavía falta. Ojalá algún día y por honor a todos nuestros muertos y como dice otro poema: “con la unión de los que aun estamos vivos”, recuperemos el sentido de las cosas.
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