Por Roberto Gargarella |
Para LA NACION
Como todo acontecimiento público de importancia, la marcha de mañana ayuda a revelar el estado de situación de la vida colectiva en el país. En una Argentina definida por sus niveles de movilización política
-puede enorgullecerse por los modos frecuentes y vigorosos de la
protesta social-, se oyen hoy, sin embargo, voces que critican la
convocatoria con razones que cuesta tomar en cuenta como objeciones de
buena fe. Pero haremos el intento.
"La marcha es política",
sostienen algunos, como si alguna marcha pudiera no serlo, y, lo que es
peor, como si esa afirmación descalificara a la marcha, en lugar de
calificarla en lo que tiene de digno: hace décadas que aprendimos a no
desautorizar una marcha desde el embustero lugar de la no-política.
Agregan
otros: "Es insólito que los fiscales marchen. Los fiscales son parte de
la Justicia y tienen que dar respuestas en lugar de hacer reclamos". La
queja es pobremente engañosa.
Por supuesto que tiene sentido que
quienes están encargados de administrar justicia se quejen -con
documentos, proclamas o marchas- si reconocen que el poder que debe
facilitar su trabajo en realidad lo bloquea. Por lo demás, la molestia
que han expresado algunos fiscales que convocan a no ir a la marcha
resulta algo sorprendente y se hace merecedora de la respuesta obvia:
los fiscales marchan porque un colega suyo, mientras investigaba al
poder, encontró su muerte. Lo extraño es que a usted se le ocurra no
hacerlo, ¿o es que su negativa revela algo más acerca de las
investigaciones que usted ha encubierto?
"Todo se trata de una
operación de los servicios de inteligencia", siguen otros adherentes al
Gobierno, tapándose los ojos frente a lo que gritan los hechos. Los
hechos gritan que hace diez años que el Gobierno utiliza los servicios
para el espionaje interno y alimenta con recursos infinitos y
sofisticado aparataje a ese "nido de víboras". Como colectivo social,
somos víctimas de esa decisión gubernamental (gobernar de la mano de los
servicios de inteligencia), como lo han sido, protagónicamente, los
opositores y luchadores sociales que vienen siendo escrutados desde las
cavernas del Estado desde hace años.
De modo similar, quienes se
oponen a la marcha han empezado a examinar con lupa los CV de cada uno
de los fiscales convocantes y a señalar con espanto a este fiscal o a
aquel individuo que han decidido sumarse: "Aquél es golpista", "Este de
aquí es un oportunista", nos gritan horrorizados. Pero, otra vez, la
crítica es desafortunada. No sólo porque está sujeta a una obvia réplica
inversa (desconvocan a la marcha desde el general Milani y Berni hasta
el partido nazi argentino), sino porque fundamentalmente yerra en el
blanco. Cuando marchamos por la muerte de María Soledad -por tomar un
caso-, lo hicimos junto con sectores conservadores de la política y de
la Iglesia de Catamarca, y nadie debió sonrojarse ni pedir disculpas por
ello; ni nadie se convirtió en lo que no era (un religioso
ultramontano, pongamos) luego de hacerlo. Estábamos unidos por una
muerte y marchamos con la convicción de que el poder no era ajeno a
ella, como nos ocurre en este momento. Por eso, también, resulta
ofensiva la pregunta acerca de si la marcha "es (o avanza una causa)
progresista". Frente a la muerte intolerable no hay izquierda ni
derecha, aunque sí suele haber ideología partidaria o sectaria detrás de
la muerte (en este caso, vinculada con los servicios de inteligencia).
Por eso tenía sentido marchar en Francia, ante la masacre provocada por
el extremismo religioso, sin necesidad de pedir previamente el ADN
ideológico de quienes marchaban: entonces lo hicieron muchas personas y
figuras públicas con quienes uno no querría compartir una cena. Lo mismo
ocurrirá ahora y es bueno reconocerlo. Pero otra vez: lo que nos une es
otra cosa, la muerte es la que traza el límite, sin por ello "clausurar
la política". El acto de marchar sigue expresando un compromiso público
profundamente político contra la impunidad. (Por lo demás: la lucha
contra la impunidad, frente a la muerte de María Soledad, del fotógrafo
Cabezas o del fiscal a cargo de investigar la masacre de la AMIA, es
obviamente "progresista", por más que, en cada caso, los sectores
conservadores de la Iglesia o la oposición quieran salir beneficiados a
partir de ello).
Algunos críticos de la convocatoria dicen que se
pretende "convertir en héroes" a Nisman, a los fiscales convocantes o a
ciertos sectores de la Justicia. En lo personal, y como tantos, no me
sentí seducido nunca por la investigación de Nisman (sobre todo, por el
modo en que el ex presidente Kirchner decidió contaminar desde el primer
minuto dicha investigación al obligar al fiscal especial a trabajar de
la mano de los servicios de inteligencia); ni creo en el carácter
angelical o ingenuo de nuestros jueces y fiscales. No confío, como
tantos, en muchos de ellos (y más allá de los nobles funcionarios que
siguen enalteciendo a la Justicia) por lo que el menemismo y el
kirchnerismo quisieron hacer del Poder Judicial durante veinte años: un
mero instrumento al servicio de la impunidad del poder. Basta revisar
los indefendibles nombramientos que, en la gran mayoría de los casos,
promovieron (¿Daniel Reposo venía a servir a la Justicia? ¿Vinieron a
hacerlo los Oyarbide que hoy, más allá de sus nombramientos, son
mantenidos firmes en sus puestos?). No confío en muchos de ellos,
además, por los modos en que menemistas y kirchneristas intervinieron
sobre la Justicia, a través del dinero y del miedo (con ascensos
prometidos, "sobres" entregados, "llamados" y "carpetas" revoleados).
Somos muchos los que marcharemos contra todo ello. Resulta, en todo
caso, tan revelador como molesto que, frente a cualquier acto judicial
que no sea servil al Gobierno (un recurso presentado; un llamado a
declaración; una indagatoria; la marcha del 18), prestos funcionarios y
periodistas se atropellen entre sí para revelar los antecedentes de
horror del funcionario judicial ahora impugnado. (Uno se pregunta
entonces: ¿y por qué no mostraron esos antecedentes ayer? ¿Sería que por
entonces todavía sacaban provecho de ellos?)
Otros más se
apresuran a señalarnos con el dedo para denunciar que si marchamos, lo
haremos como lo que hicieron "los viejos golpistas desde los años 40".
Como tantos, y por razones de edad, recuerdo haber marchado en
democracia muchas veces, en primer lugar, y pese o por razón de las
simpatías que sentía por él, contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Nunca
nadie nos llamó golpistas, aunque entonces sí existían riesgos serios de
golpe de Estado. Marché, como muchos, por María Soledad, por Cabezas,
por Arruga, por Julio López, por Mariano Ferreyra, por Kosteki y
Santillán. Como tantos otros, no necesito que me digan cuándo debo
marchar o por qué y en nombre de quién es que estoy marchando.
Finalmente,
he escuchado a cientistas sociales y periodistas oficialistas decir que
si marchamos, volveremos a demostrar que formamos parte de la "clase
media desagradecida", una descalificación no sólo sociológicamente
imprecisa, sino enormemente reveladora de la mentalidad del momento.
Ahora queda en claro: el dinero o las "ventajas recibidas" estaban
llamados a desmovilizarnos. Lo que se buscaba era, simplemente,
comprarnos.
Larga vida a quienes, frente al dolor que padecen, y
sobreponiéndose a éste, salen a la calle a manifestar su protesta, a los
gritos, en silencio o llorando. Frente a la impunidad, la injusticia
social y la muerte, que otros se queden con la algarabía y el canto.
El autor es sociólogo y abogado, especialista en derecho constitucional.
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