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Mi nombre es Luis Sellán; profesor en historia y periodista vocacional. Este es un espacio pluralista,independiente y con opinión, De politica,cultura y sociedad, un lugar donde sembrar ciudadanía.Mails y comentarios a luis.betoluis.sellan@gmail.com

viernes, 6 de mayo de 2011

UNA HISTORIA DE AMOR Y PERSEVERANCIA

EMOTIVO ENCUENTRO DE UNA NIETA RECUPERADA CON SU MAESTRA DE PRIMER GRADO

“Pregunté por ella y me dijeron: ‘es un premio, es hija de desaparecidos’”

Publicado el 6 de Mayo de 2011

Después de 16 años, María Victoria Moyano Artigas se reencontró con Olga Fernández, quien llevó su sospecha a las Abuelas. “Olga y los testigos que estuvieron detenidos con mi padre tuvieron un rol clave”, agradeció la joven.
 
MARÍA VICTORIA Y SU MAESTRA OLGA
María Victoria Moyano Artigas es hija de desaparecidos. Lo confirmó cuando tenía 9 años, un tiempo después de que Olga Fernández, su maestra de primer grado, lo sospechara y se acercara a denunciarlo ante las Abuelas de Plaza de Mayo. Así pasó a ser la nieta número 53 encontrada por la asociación.
Alguna vez, María Victoria le reprochó ese gesto, pero hoy se lo agradece sin dudarlo. Después de 16 años sin verse, ayer se reencontraron en el programa La Mañana, de Víctor Hugo Morales en Continental. Luego recibieron a Tiempo Argentino en la casa de María Victoria. Dijo: “Elegí no quedarme en la victimización, sino salir a pelear como mis viejos me hubieran enseñado.”

–¿Se acuerdan de cómo se conocieron?
Olga: –En 1982, cuando su hermano de crianza, Juan Ignacio, que tiene ocho años más que ella, igual que mi hijo, la acompañaba al jardín. Era un chico muy conflictivo y un niño triste. Mi hijo y él iban al Casto Munita, la escuela tradicional del barrio de Belgrano, y ella iba a un jardín a dos cuadras. A veces los acompañábamos. Victoria era una reina: vestida divina, con muchísima personalidad, y contrastaba mucho con Juan Ignacio. Yo era maestra de ese colegio y le consulté a una compañera por qué Victoria era tan distinta a su hermano. Muy suelta de cuerpo me dijo: “Es un premio, se la robaron, esta es hija de desaparecidos.” Me quería morir.
Victoria: –Yo me acuerdo de la puerta del jardín, de salir e irnos caminando para el mismo lado.
–¿Y qué pasó a partir de la información que dio la otra maestra?
O: –Empecé a hablar con mi hijo y le dije que teníamos que descubrir la fecha de nacimiento, porque las Abuelas se basaban mucho en las fechas. Averigüé si había algún represor que se apellidara Penna, como el supuesto papá de Victoria. Encontré a un tal Oscar (apropiador de Victoria, que luego la entregó a su hermano, Víctor Penna) y fui a hacer la denuncia a Abuelas. Yo fui militante sindical y política, y siempre fui consciente de que me hubiera podido pasar a mí o a mis hijos, y eso fue la semilla de lo que me pasó con Victoria. No me permito tener miedo.
–Y luego se encontraron como alumna y maestra.
O: –Cuando le tocó empezar primer grado, me ocupé de que estuviera en mi lista de alumnos, porque le tenía afecto y porque sabía que ahí podía ocuparme de ella, pedirle a la madre la documentación (Víctor Penna murió cuando ella tenía un año) y datos del parto. La mamá nunca me dijo lo que había pasado, pero no tuvo problemas en contarme que Victoria era adoptada, aunque estaba anotada como propia. Ese es un dato típico de los niños robados. Ella hinchaba con que quería saber quiénes eran sus padres, y su madre le decía que la habían abandonado y otro día le decía que habían muerto. Un desastre. No me cerraba nada.
V: –Me acuerdo mucho de primer grado, la relación que tenía con ella. Podíamos hablar mucho. Le transmitía todas mis angustias, le contaba que era adoptada, que quería conocer a mis padres.
O (a V): –Vos te rebelabas porque tu mamá tenía una conducta muy desordenada. Te traía sin guardapolvo y vos no querías entrar, te ponías a llorar, porque siempre fuiste muy responsable. Yo te explicaba que debías preocuparte por los problemas de los grandes. Y también les preguntaba a todos qué sabían sobre el momento de sus nacimientos. Si no sabían, les decía que averiguarlo era la tarea para el hogar. 
–¿Y cuando terminó ese primer grado qué pasó?
O: –Nos veíamos porque ella se hizo amiga de Flavia, mi hija, que pasó a primer grado cuando ella pasó a segundo. Venía a casa, a los cumpleaños. No nos veíamos siempre, pero había una relación de amor. Después Victoria pasó a tercero y tenía una maestra que no le hablaba de la adopción.
V: –Yo no paraba de preguntar. A los 7 u 8 años, un día vino Oscar a la casa de mi abuela adoptiva y me mandaron a dormir de un modo que no era habitual. Me hice la dormida y escuché: “Cayó Camps y yo me voy. Si preguntan por mí, digan que hace dos años que no me ven.” No me olvidé más de eso. No podía asociar una cosa con la otra, pero todo me parecía raro. 
–¿Y cómo se enteraron de la verdad?
V: –Me vino a ver el juez a mi casa, a los 9 años.
O: –Y el mismo día que le confirman eso, el 30 de diciembre de 1987, se cumplían exactamente diez años de que los habían desaparecido a sus padres y a ella. Un par de semanas después, yo estaba de vacaciones en Villa Gesell y se me dio por comprar el diario, cosa que no hago nunca, y ahí me enteré.
V: –No me olvido más de esa escena: me estaba preparando para ir de viaje con mis tíos porque me había sacado sobresaliente en todo el boletín. Entran a mi casa unos hombres de traje y el juez Juan Ramos Padilla me dice que yo no era hija biológica de María Elena Mauriño, con quien vivía en ese momento, y que me iban a llevar a un juzgado. Me tuvieron que explicar qué era un juzgado, pero me fui sabiendo que no iba a volver. Me dejaron tomar la leche. No agarré nada y me fui. Estuve tres días con una familia sustituta y, cuando se confirmó el resultado del ADN, el juez me informó que era hija de desaparecidos, que yo no entendía bien qué era, y que mi mamá era uruguaya y que tenía familia allá. Lloré yo, lloró el juez, el fiscal, la secretaria…
O: –Yo volví y protesté en Abuelas por el tiempo que habían demorado en encontrar a su familia. Estuve mal, porque ellas fueron muy prudentes y usaban los recursos que tenían, pero yo sentía que le habían hecho perder el tiempo. A los pocos meses, hicimos una fiesta en Abuelas para celebrar el hallazgo.
V: –Yo no tenía DNI, así que todavía no podía viajar a Uruguay, entonces mis abuelos venían seguido. En el año ’90, en un recital de Amnesty al que iba con las Abuelas, se presentó María Elena y a mí me agarró un ataque de nervios. Después de eso, decidí irme a vivir con mi familia a Montevideo.
O: –Yo estaba contenta porque al fin ella había encontrado lo que buscaba y pensé “qué suerte que lo hice”.
–¿Cuándo se vieron por última vez?
V: –Yo estaba en el medio de resolver una vida, porque no es que resolvés tu identidad y todo es un mar de rosas.
O: –Venía de visita cada tanto y nos veíamos, pero ella no estaba muy bien. Se llevaba bárbaro con la abuela pero no tanto con el abuelo.
V: –Olga era la única persona, de las que tenían que ver con mi pasado, a la que yo accedía a ver. A los 16 años me vine a vivir a Buenos Aires, a la casa de mi abuela paterna.
O: –Ahí nos vimos y yo sentí que ella quería que yo fuera su mamá y que mis hijos fueran sus hermanos. Ella quería esa familia, la que ella no había tenido. Hubiera sido ideal, si yo hubiera podido hacerlo. Capaz que hubiera sido bueno, aunque fuera un tiempo. Ella nunca lo verbalizó pero yo me sentía muy responsable. No me dio el cuero. No me animé. Y ella se distanció. Llegué a pensar que le hice un daño a esta chica y no tendría que haberme metido en su vida.
V: –Yo pensaba que, al final, todo el mundo se había metido en mi vida y en ese momento no sabía qué hacer. Ahora le agradezco que lo haya hecho, claro. Olga tuvo un rol clave. Le agradezco a ella, a los dos testigos que estuvieron detenidos con mis padres y que informaron que mi mamá estaba embarazada, y a mi familia por haberme buscado.
O: –Es que esto no tiene arreglo. Los represores son unos hijos de puta que le cagaron la vida a varias generaciones. Lo único que nos queda es salir adelante y buscar justicia.

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